En una lejana torre de oro
y duro marfil,
vive una princesa a la
triste lumbre de un candil.
Aprisionada y acongojada
por la pena
con gran descontento
susurra muda al viento
que entra en la alcoba y
alimenta su vivaz tormento,
llevándose el nombre de
la princesa: Helena.
En nombre del rey va en su
busca el príncipe Helemer,
raudo cabalga desde el
alba hasta el atardecer.
Los cascos del bravo
corcel al surcar los prados
trituran el verde y
machacan el frondoso añil,
y destrozan los violetas
junto al rojo febril,
bajo el árbol ajado de
frutos sonrosados.
Al viajar, recuerda el
consejo del Arcipreste:
-Jamás dudes príncipe,
ve siempre hacia el oeste.
Y frente al desierto ya se
encontraba Helemer,
un mar de arenas de
cristal que arrancaban la piel.
El viento las llevaba como
si fueran papel,
debía darse prisa,
empezaba a anochecer.
La noche no le dio culto
ni descanso pleno,
una flor del desierto aulla con voz de trueno,
una flor del desierto aulla con voz de trueno,
mientras, las arenas
chirrían al abrazarse.
Con el susurro fugaz y
mudo del vendaval,
Helemer dejaba atrás el
desierto de cristal
sin tiempo siquiera de
comer o prepararse.
Divisa el puerto el tenaz
príncipe allá a lo lejos
fácil a la vista, sin
prismas o catalejos,
aquel puerto donde
encierran niños mil piratas
y donde Helemer se desvía
de su camino
para liberarles y volver a
oír el trino
de cien cantos libres de
pájaros escarlatas.
Cabalga sobre Azabache con
vítores sordos
y no se detiene hasta
divisar los fiordos.
De celeste y malvas se
cubre de risa un jardín
donde el vil hechicero la
guarda con decoro,
a la dama de terciopelo y
la ajorca de oro,
cuello albino de cisne y
las pupilas de jazmín.
Baja la torre de oro una
gárgola carmesí,
con garras de plata y ojos
flagrantes de rubí,
la piel rugosa y dura
rodeada de hiedra
que custodia la entrada
del vergel luminoso,
que al príncipe desafía
y este victorioso,
abre de par en par la
tenaz puerta de piedra.
Y allí, un colosal coloso coloca escombros,
piedras y metales carga
con fuerza a sus hombros.
Solo si ve un intruso deja
a un lado su quehacer,
levanta la cabeza y con
ojos de diamante
ve como un céfiro de arco
le ensarta al instante.
La herrumbre cae, se
derrumba, victoria de Helemer.
Aquel que la luz mengua y
atrae a la penumbra,
y en penumbra sombra,
donde ni un destello alumbra,
donde el príncipe hiende
su espada llena de ardor,
donde un grito ahogado
deja mudo al hechicero,
donde vence lo único
verdadero y certero,
donde resuena el aplauso
glorioso del amor.
Escaleras de caracol con
polvo de plata,
prisión de zafiro con
barrotes de hojalata,
fuera, la damisela feroz
que fiel le anhela,
dentro, el inocente el
príncipe que fiel la espera.
Cuando la princesa al
príncipe por fin libera,
ambos se funden bajo la
llama de una vela.