Donde van a parar los borradores, la imperfección, lo incompleto... a la última hoja de mi libreta...

sábado, 20 de abril de 2013

Poema de Helemer y Helena.

En una lejana torre de oro y duro marfil,
vive una princesa a la triste lumbre de un candil.
Aprisionada y acongojada por la pena
con gran descontento susurra muda al viento
que entra en la alcoba y alimenta su vivaz tormento,
llevándose el nombre de la princesa: Helena.

En nombre del rey va en su busca el príncipe Helemer,
raudo cabalga desde el alba hasta el atardecer.
Los cascos del bravo corcel al surcar los prados
trituran el verde y machacan el frondoso añil,
y destrozan los violetas junto al rojo febril,
bajo el árbol ajado de frutos sonrosados.

Al viajar, recuerda el consejo del Arcipreste:
-Jamás dudes príncipe, ve siempre hacia el oeste.
Y frente al desierto ya se encontraba Helemer,
un mar de arenas de cristal que arrancaban la piel.
El viento las llevaba como si fueran papel,
debía darse prisa, empezaba a anochecer.

La noche no le dio culto ni descanso pleno,
una flor del desierto aulla con voz de trueno,
mientras, las arenas chirrían al abrazarse.
Con el susurro fugaz y mudo del vendaval,
Helemer dejaba atrás el desierto de cristal
sin tiempo siquiera de comer o prepararse.

Divisa el puerto el tenaz príncipe allá a lo lejos
fácil a la vista, sin prismas o catalejos,
aquel puerto donde encierran niños mil piratas
y donde Helemer se desvía de su camino
para liberarles y volver a oír el trino
de cien cantos libres de pájaros escarlatas.

Cabalga sobre Azabache con vítores sordos
y no se detiene hasta divisar los fiordos.
De celeste y malvas se cubre de risa un jardín
donde el vil hechicero la guarda con decoro,
a la dama de terciopelo y la ajorca de oro,
cuello albino de cisne y las pupilas de jazmín.

Baja la torre de oro una gárgola carmesí,
con garras de plata y ojos flagrantes de rubí,
la piel rugosa y dura rodeada de hiedra
que custodia la entrada del vergel luminoso,
que al príncipe desafía y este victorioso,
abre de par en par la tenaz puerta de piedra.

Y allí, un colosal coloso coloca escombros,
piedras y metales carga con fuerza a sus hombros.
Solo si ve un intruso deja a un lado su quehacer,
levanta la cabeza y con ojos de diamante
ve como un céfiro de arco le ensarta al instante.
La herrumbre cae, se derrumba, victoria de Helemer.

Aquel que la luz mengua y atrae a la penumbra,
y en penumbra sombra, donde ni un destello alumbra,
donde el príncipe hiende su espada llena de ardor,
donde un grito ahogado deja mudo al hechicero,
donde vence lo único verdadero y certero,
donde resuena el aplauso glorioso del amor.

Escaleras de caracol con polvo de plata,
prisión de zafiro con barrotes de hojalata,
fuera, la damisela feroz que fiel le anhela,
dentro, el inocente el príncipe que fiel la espera.
Cuando la princesa al príncipe por fin libera,
ambos se funden bajo la llama de una vela.